miércoles, 27 de julio de 2011

CONSTRUIR LA DEMOCRACIA QUE QUEREMOS.

Mérida, Yucatán a 23 de julio de 2011.

CONSTRUIR LA DEMOCRACIA QUE QUEREMOS.

Si no se tiene en cuenta una verdad última, una aceptación convencida y testimoniada de los valores que inspiran la democracia, o al menos buena voluntad, lo cual guía y orienta la acción política, se cae en el relativismo ético, se desvirtúa el fin de toda autoridad en el ejercicio del poder que es procurar el bien común, en la justicia, la verdad, la libertad, el respeto a la dignidad humana y a las leyes que nos rigen.
Al respecto, el Beato Juan Pablo II, de grata memoria, en su célebre encíclica Centesimus Annus, decía: “Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia” (ca, 46). Por eso, un gobierno legítimo ejerce su autoridad, su poder, lejos de toda represión y despotismo porque ha sido instituido como tal para el desarrollo integral del ciudadano, de toda persona, en la paz.
Ahora bien, hablando de autoridad y legitimidad, hay que recordar que la verdadera autoridad reside en el pueblo y que éste la transfiere, de manera legítima, si se elige al gobernante con libertad, sin coacción, sin manipulación y sin compra de votos aprovechándose de la pobreza y falta de formación democrática, con respeto de las leyes y contando con una autoridad electoral imparcial comprometida con la democracia, entre otros aspectos. Cabe preguntarse si es esta, hoy, la realidad sociopolítica de la entidad.
La violencia desatada en nuestra ciudad de Mérida el cuatro de julio del presente mes, a propósito de una obra pública vial en la Prolongación de Montejo con el Circuito, que no es el único acto violento ocurrido bajo el régimen actual, es ocasión para reflexionar sobre la ideología política de quienes nos gobiernan , sobre la situación por la que atraviesa el proceso democrático de yucatán y sobre su futuro político, si no se revierten tendencias que nos quieren instalar en la oscuridad del pasado.
Me parece que lo ocurrido, en la obra en cuestión, es una imposición con represión por parte de la autoridad, dadas las razones en contra del proyecto que fueron esgrimidas por los profesionales del ramo, los grupos intermedios, los directamente afectados, los ciudadanos que de manera libre y pacífica se manifestaban en el lugar de los hechos y los muchos testigos que han dado fehaciente testimonio de la violencia sufrida o ejercida en contra de otros.
En la Jornada Mundial de la Paz del 1 de enero 2002, el Beato Juan Pablo II, afirma que, ante los hechos de violencia de gobiernos o grupos autoritarios, hay que tener presente que “no hay paz sin justicia y no hay justicia sin perdón”, siendo este último elemento una forma particular de amor. Que hay que conjugar justicia con perdón, pues son los pilares de la verdadera paz. Paz que
es requisito de la democracia y el desarrollo integral y que se pierde ante sistemas políticos opresores.
Cabe preguntarse cómo puede hablarse al mismo tiempo de justicia y de perdón. La razón de esta necesaria acción paralela es por lo siguiente: el perdón se opone al rencor y a la venganza pero de ninguna manera a la justicia, a la reparación del daño. El perdonar nos libera del odio, que es una forma de esclavitud, cura las heridas, capacita para las relaciones humanas truncadas y nos hace ser congruentes a los cristianos con el perdón que le pedimos al Padre por nuestras faltas, a la vez que nos comprometemos a perdonar a los que nos ofenden aunque no pidan perdón. En modo alguno es debilidad sino más bien fortaleza del espíritu y valentía moral de la cual Cristo dio ejemplo. Quien ofrece perdón recibe la paz y supera el instinto de devolver mal con mal.
Por otra parte, es legítima y necesaria la exigencia de justicia; la cuestión es que la justicia no se dé. Aún así debe evitarse caer en la violencia a falta de justicia porque se generaría más violencia, un argumento para justificar nuevos actos de represión. Hay que atenerse a los principios y valores morales y jurídicos buscando solucionar con valentía y determinación, no sólo las situaciones de violencia verbal o física de la autoridad sino también otras situaciones donde se hace a un lado el bien común. La violencia es en realidad una debilidad y produce perjuicios reales y permanentes a quienes la ejercen, aunque de momento se vea beneficiosa o exitosa. La violencia busca imponer a otros lo que considera como la verdad violando la dignidad del ser humano que le viene de Dios.
La democracia como sistema de organización política es perfectible y así como puede evolucionar siendo cada vez más humana puede ir para atrás, como ocurre en estos tiempos, por lo que hay que construirla y regenerarla continuamente.
Muchas cosas nos faltan como el respeto a las leyes, un sano equilibrio de poderes, respeto a la soberanía del pueblo, educación para la democracia, una decidida participación ciudadana que, basada en principios y valores morales, haga posible el control de los gobernantes para que la acción política encamine a la sociedad en su conjunto hacia el bien común. Eso es en lo que parte de la sociedad civil y algunos funcionarios y políticos de distintas denominaciones están trabajando hoy para bien de todos, lo que es altamente loable y esperanzador.

EDUARDO SEIJO GUTIÉRREZ LAICOS UNIDOS PARA EL BIEN COMÚN (LUBIC)

MERIDA, YUCATÁN A 23 DE JULIO DE 2011